Tras aprender la teoría de la exclusión social, hemos conocidos casos reales de personas que habían sido excluidas socialmente. Dos de ellas tenían grandes posibilidades de caer en exclusión; otra, una serie de problemas la llevó a esta situación.
La exclusión social es un problema serio. Generalmente viene dado de personas de baja extracción, que son arrastradas por su medio hacia ella. No obstante, también hay otros casos donde las personas inician una decadencia hasta verse en esta situación.
Para el primero de los casos, hay que cortar, de manera drástica, con los focos que crean marginación. Obligar a cumplimentar la escolarización obligatoria y reestructurar familias y acabar con los vicios, como alcohol o drogas, que las desestructuran. Para ello es necesario una ayuda bilateral, tanto por parte del Estado como de la ciudadanía; el Estado debe legislar y gobernar en pro de la igualdad, y mantener el estado del bienestar. La ciudadanía, por otra parte, puede involucrarse de forma activa y pasiva; de forma pasiva, simplemente no discriminando ni creando conciencia clasista; activamente articulándose en grupos de ayuda para acabar con esta situación. Para ello, la Iglesia Católica desempeña un papel fundamental a través de grupos parroquiales, cofradías o Cáritas, difudiendo de manera práctica el mensaje de Jesús.
Sin embargo, acabar con la exclusión social es complicado. el ser humano tiene la manía de distanciarse entre sí buscando una forma de ser superior a su prójimo, generalmente con la posesión de bienes materiales mejores y más abundantes que los de su vecino. La exclusión social ha existido siempre, desde la Edad Antigua, ya en tiempos de la Roma Clásica. El mensaje de Jesús fue realmente el primero en hacer despertar nuestra conciencia para acabar con la pobreza. Él se acercó a ellos, y los curó y acogió a su lado; acogió a María Magdalena, prostituta, acogió a Mateo, publicano y despreciado por los judíos; curó leprosos y ayudó a muchos otros que podría considerarse, estaban en exclusión social. Más tarde, esa conciencia se acalló, para resugir ahora, dispuesta a acabar al fin con un problema tan antiguo como el propio hombre.
No obstante, ¿quién se opone a esto? Como he mencionado antes, la avaria y codicia humana no conoce límites; de ello se aprovechan y lucran las compañías multinacionales, bancos y otras entidades que rinden culto al capital. Se aprovechan de nuestra debilidad por creernos superiores a otros, y hacen que no nos enteremos del problema, y por supuesto de alternativas económicas y sociales a un sistema más justo y equitativo. Nosotros mismos podemos suponer un problema, pues estamos ya alienados em este sistema, y probablemente nosotros no supereos el problema. Pero debemos dejar plantada la semilla de la que creza y florezca el árbol de la equidad, de la tolerancia y la justicia.
Ya sabemos quién y dónde podemos ayudar a hacer de este un mundo mejor ¿Desaprovecharemos la oportunidad?